Parábola del rico epulón y el pobre Lázaro:
Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquel, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas.
Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.
En el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.
Entonces, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama".
Pero Abraham le dijo: "Hijo, acuérdate de que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, males; pero ahora este es consolado aquí, y tú atormentado.
Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá".
Entonces le dijo: "Te ruego, pues, padre, que lo envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento".
Abraham le dijo: "A Moisés y a los Profetas tienen; ¡que los oigan a ellos!"
Él entonces dijo: "No, padre Abraham; pero si alguno de los muertos va a ellos, se arrepentirán".
Pero Abraham le dijo: "Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de entre los muertos".
Lucas 16, 19-31.
Hola, me llamo Mariana, llevo una hora aquí llorando para nada. Estoy pidiendo algo de comer, por favor. Por favor, algo de comer, me estoy muriendo. Llevo una hora de rodillas, os lo pido por favor, algo para comer. Me duelen los pies, por favor, darme algo. ¡Hola, me llamo Mariana! ¿Me estáis escuchando? ¡Estoy muerta! ¡Llevo una hora de rodillas, por favor! ¡¡¡Hola, me llamo Mariana!!! ¿¿¿Me estáis escuchando??? ¡¡¡Por favor, algo para comer!!! ¡¡¡ES QUE NO LO ENTIENDO, POR FAVOR, ALGO PARA COMER!!! ¿¿¿ME ESTÁIS ESCUCHANDO??? ¡¡¡NO LO ENTIENDOOOO!!! Golpea el suelo con las manos y después la cabeza. Para. Se levanta. Vale, ya me voy. No lo entiendo. Estáis viendo una persona muerta y no la ayudáis. Ya me voy. Dios os va a castigar. ¡¡¡Dios os va a castigar porque Dios castiga a la gente mala!!! ¡¡¡Que Dios os maldiga!!! ¡¡¡QUE DIOS OS MALDIGA!!!
Nadie en el vagón hizo nada. Nadie hicimos nada.
Yo pensé que Mariana tenía razón y no hice nada. Aguanté la mirada, me quedé ahí quieto, a un metro y mirándola, no cogí el móvil, y pensé que eso era un cierto compromiso ético, al menos te quedas ahí mirando y aguantas sus súplicas y sus maldiciones. Mentira. No era un compromiso. Tenía miedo y estaba incómodo y no me podía mover y quería coger el móvil, pero no pude. Ojalá lo hubiera tenido en la mano, qué comodidad escaparte ahí. Se fue y me alivié.
Pero pensé que Mariana tenía razón y también pensé que era un personaje de Mariana Enríquez, quizá porque se llamaba Mariana o quizá porque esa mañana había terminado de leer Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez.
Pensé que esa mujer muerta del metro realmente estaba muerta y era un personaje de aquella novela argentina de terror político y que yo también lo era, solo que yo pertenecía a la secta de la Oscuridad, a los oligarcas de la pampa, aristócratas intensamente ricos que rendían devoción al Dios cruel y sangriento de la Oscuridad, y que esa gente pobre, esa mujer, eran nuestras ofrendas al Dios de la Oscuridad para seguir siendo aristócratas ricos y acomodados. Y también me pareció despreciable ponerme a pensar en literatura.
Ninguno hicimos nada.
Ahora que escribo seguramente ya esté muerta, muerto también su cuerpo, quiero decir. Ella ya estaba muerta en ese momento. Nos lo dijo, nos avisó y no hicimos nada. No hicimos nadie nada.
¿Cómo puede haber alguien con hambre, llorando, enferma, delante de nosotros y ser capaces de huir por una pantalla? ¿Qué mentira nos contamos para quedarnos tranquilos?
¿La de la meritocracia? ¿La de la culpa? ¿Quién ha elegido realmente nada en su vida y es de verdad el capitán de su alma y el dueño de su destino?
No hay moral que sostenga ese smartphone. La opulencia frente a la miseria. No hay justificación para que alguien sufra y no hacer nada.
Pienso que Mariana tenía razón, que Dios nos maldiga.
Mariana puede ser Moises y los Profetas para la próxima vez tener capacidad de reacción
Excelente reflexión!!! Sólo con que nos paráramos un momento a "mirar" lo que sucede a nuestro alrededor, el mundo sería mucho mejor lugar.