“Sólo quien, a través de la violencia, alcanza conscientemente la negación de sí y es de este modo «liberado de la vieja inmundicia», puede dar un nuevo inicio al mundo”.
Sobre los límites de la violencia, Giorgio Agamben
Estábamos diciendo que toda moral compone un acto hipócrita, en el sentido de que uno puede decidir sobre sus actos, pero no sobre sus pulsiones.
Podríamos pensar que si el ser humano se dejara conducir por sus instintos, acabaría en la orgía del horror, el placer de la violencia que todos intuimos al fondo del abismo.
Sobre un odio innato, del que no tenemos decisión alguna, el acto moral es autoimponerse la tolerancia, que pertenece al ámbito de la voluntad y sí podemos controlarlo, la acción moral sería reflexionar, informarse, acercarse a lo rechazado e incluso defender la libertad del repudiado para realizar lo que uno mismo repudia. Así, una moral debería tener la forma de una negación, la negación al deseo del yo su realización en el acto.
Es posible que a través de ese acto moral autoimpuesto artificiosamente, hipócritamente, en el sentido de no obedecerse a uno mismo, se llegue a convertir en una pulsión propia y finalmente instintiva de uno. Quizá por repetición uno convierte en costumbre lo que era esfuerzo. En todo caso ese ámbito pulsional siempre quedará fuera del ámbito de la decisión. Que se modifique o no dicha pulsión nunca cae dentro de la acción voluntaria, nos excede. Lo que sí depende es la decisión sobre esta pulsión, lo que sí pertenece a nuestra autonomía es la acción. La autoimposición de la tolerancia.
Entonces, en contra de la tradición clásica de la honestidad como forma natural de la moral virtuosa, en el sentido de creer en Dios de verdad y no aparentarlo, o en el sentido de amar la diversidad sexual y no solamente tolerarla, en contra de una moral que afirma lo que uno ya desea y cree bueno, lo que ya es innato a su pulsión instintiva, lo cual no tiene nada de moral sino tan solo una realización del deseo que casi como de forma divina coincide con el bien, en contra de esta forma, se podría fundar una moral de la hipocresía proponiendo la autonegación como el más moral de todos los actos, por negar al yo en virtud del otro. Renunciar a las creencias o latencias innatas en función de convicciones o decisiones morales que superan nuestro entendimiento o sentimiento, pero que consideramos racionalmente el bien: la renuncia a mi dogma para la libertad del otro.
Si creemos que el bien es el bien que ya creíamos, no hay elaboración de ninguna tolerancia. Si el bien siempre coincide con el beneficio y ayudamos a quien se lo ha ganado y perdonamos a quien merece el perdón, como mucho estaremos restituyendo el orden justo, pero nunca creando bondad donde había odio o amor donde había dolor. Si abrazamos al que merece ser abrazado por la discriminación injusta que ha sufrido (al lgtbi), o cuidamos al que que debe ser cuidado por todo lo que ha dado a nuestra sociedad en su vida (la anciana española, con la que comparto cultura y valores) no estaremos más que haciendo lo que deseamos hacer. El milagro de la entrega es entregarse, de verdad darse al otro, aceptando su otredad por encima del yo.
El acto moral es Jesús en la cruz muriendo por los pecadores.
Pero se debe recordar quiénes son los pecadores, no son los pobres virtuosos que la sociedad ha repudiado, los pecadores son los malos: la prostituta Magdalena y el fariseo del camino, el violador reincidente y el infanticida sádico. El negro para el racista, el gay para el homófobo, el capitalista para el marxista y el dictador para el demócrata. Es con ellos, entregando nuestro acto moral a ellos, a los que no quiero, como se realiza un salto al vacío, de renuncia.
Resumidamente, que el acto más moral sería la hipocresía, la contradicción del deseo en el acto, tolerar al intolerante, aceptar lo inaceptable. Así toda moral en contra de uno mismo no se lucra de su bondad.
Y quizá autoimponiéndonos el castigo de amar, termine uno amando.
Jorge
¿Y no podría, esa moral autoimpuesta, ser también una pulsión humana? La pulsión de ir más allá del dejarse llevar por los instintos, y entonces no sería hipocresía, o al menos no siempre o no en todos los seres humanos.