“Camarada, esto no es un libro.
Quien toca esto, está tocando a un hombre”
Walt Whitman
La mayor prueba de la trascendencia del texto literario, de la superación de la coyuntura política y cultural, que las obras maestras de los márgenes. El texto siempre sale a flote, siempre vence al desprecio y al censor.
El texto ha superado incluso las coyunturas políticas, ideológicas y morales que han intentado eliminar, derrumbar, desprestigiar ciertas obras y estas han sobrevivido inevitablemente. Cómo va a ser un poema un producto cultural de mercado y haber resistido al viento destructor de la historia y llegado a ser engalanado y aposentado en los altares de la corte cultural. Epicuro, el atomista vicioso y enfermo; Santa Teresa, la loca española enamorada del sadismo de Dios en su cuerpo; Manuel Puig, la maricona loca amiga de las peluqueras que solo transcribía conversaciones y no sabía narrar. Cómo puede ser que el Quijote lo escribiera un español, volveremos a preguntárnoslo.
Prueba cuatro de trascendencia: el texto supera el poder. El texto, quizá, es el poder.
Se plantea habitualmente, al hablar del gran arte, el de los museos y los libros complicados, el problema del eurocentrismo en el canon, la hegemonía cultural de occidente que encumbra hombres-blancos-hetero-cis, y oculta la verdad, y les diré que ese problema lo tenemos los europeos y los hombres-blancos-hetero-cis, que de tanto mirarnos la polla no hemos entendido nada, y no leemos a Safo de Lesbos o James Baldwin. Peor para nosotros.
Claro que nos perdemos arte de otras tradiciones, de puro paletos. Si nos interesáramos por él nos sublimaríamos, igual que ellos hace tiempo se interesaron por el nuestro.
Borges: “Mi desconocimiento de las letras malayas o húngaras es total, pero estoy seguro de que, si el tiempo me deparara la ocasión de su estudio, encontraría en ellas todos los alimentos que requiere el espíritu. Además de las barreras lingüísticas intervienen las políticas”.
Hay algo universal, algo que trasciende y nos permite “sentir” ese arte, aunque aluda a símbolos culturales ajenos, eso como mucho será una barrera de entrada inicial, de nuevo referente a la cultura, no al arte. Ahí Foucault, quizá, se equivocó, el poder no puede tanto. No es el arte un producto del poder, el poder lo afecta, como mucho, pero no toca su esencia.
Bueno, Patty Smith lee a Juan Benet, Godard adaptó a Borges, así vence la literatura al poder.
Recordemos, otra vez, a Walter Benjamin: “Un gran poema puede esperar 500 años sin que nadie lo lea o lo comprenda. Llegará, no es él quien está en peligro, son los lectores”.
Jorge Burón