“Un juego tal, sin reglas, sin vencedores ni vencidos, sin responsabilidad, juego de la inocencia y carrera de conjurados en el que la destreza y el azar ya no se distinguen, parece no tener ninguna realidad. Además, no divertiría a nadie”.
Guilles Deleuze, Del juego ideal (1969)
Al fútbol le llaman el “deporte rey”, es el más seguido y practicado en el mundo, y se debe al marcador.
El del fútbol es el más simple marcador del deporte, el que menos puntos registra de todos los juegos con pelota que existen. Ningún otro puede acabar cero a cero, o al menos, de facto, no acaban así; en ningún otro el hecho de alcanzar un punto es, por tanto, tan determinante.
Es debido a esta peculiaridad que en ningún otro deporte sea tan factible que el equipo técnica o tácticamente inferior consiga más puntos que el superior. En ningún deporte como en el fútbol es cierto que “cualquiera puede ganar”. En ninguno el marcador está tan alejado del juego.
Es por esto que despierta pasiones mundiales. Ahí reside el éxtasis del gol. Solo así se puede entender la masa enfervorecida en un deporte tan estático a priori, tan lento en el desarrollo, en contraste, por ejemplo, con el frenético y estimulante baloncesto o la pureza y humanidad del atletismo.
En la forma de puntuar y la frecuencia de puntuación, la más simple y la más baja, reside lo que popularmente se conoce como “la magia del fútbol”. El fútbol es, realmente, el único deporte en que David venció a Goliat, y lo venció varias veces. El deporte del resultado más imprevisible y, por tanto, el más emocionante de ver.
Puedes olvidarte del balón durante un partido entero. Basta solo con repelerlo, con evitarlo. Basta con golpearlo una sola vez y que entre en la portería: ganaste.
No se juega con la pelota. Se juega, en realidad, con el marcador.
En las antípodas de la marcación simplista del fútbol se encuentra el tenis. El deporte más apasionante y complejo de jugar, y se debe también al tanteo.
Jamás se imaginó un sistema de puntuación tan complejo y devastador como el del tenis. Un juego en el que solo se acaba cuando dice el marcador. El único, por tanto, cuya extensión tiende al infinito, o al menos permite la posibilidad del infinito.
Se podría jugar un partido de tenis hasta el fin de los tiempos, un enfrentamiento hasta el Juicio Final –quizá el tenis es el Juicio Final. Dos jugadores idénticos, o perfectamente antagónicos, simétricamente inversos, condenados a golpear la pelota eternamente, sin poder romper nunca el perfecto equilibrio sus fuerzas.
El marcador del tenis es un monstruo mitológico de seis cabezas que se reproducen en otras tantas en cuanto cortas una. Es un marcador donde los puntos desaparecen. 40-15; deuce; ventaja al resto; break; 0-1; 3 juegos a 5; 6-6; tie-break; 6-1; 6-7; bola de set; 6-8: 1 set a 0. Una hora de partido, 83 puntos jugados, un balance de 36 a 47, pero, en el fondo, ese balance es un balance irreal. Valdría igual no haber hecho nada, no haber devuelto un solo saque y haber agotado todos nuestros servicios con doble falta en tan solo quince o veinte minutos, sin movernos apenas del sitio. Da igual. Has perdido. 0-1. Vuelta a empezar.
El marcador ha devorado tu última hora de esfuerzo, sudor y dolor, como si de una amnesia colectiva se tratara, al único al cual no ha afectado es a ti. Una brisa ligera que ha devastado la pista hasta hacer desaparecer todo lo ocurrido en el encuentro antes de ese instante. 0-1. No tienes nada. A jugar.
El marcador más complejo e inmisericorde que se ha imaginado constituye la esencia del otro gran deporte, el deporte de los reyes. En este tampoco gana el mejor, el que mejor golpea la pelota o el que le da más fuerte. Gana el que controla su mente, que es controlar la del otro, y controla así el marcador. Y ese marcador es un espejo, tiene nuestro rostro y conoce nuestros miedos.
No se juega en realidad contra el rival. Se juega contra el marcador, contra el espejo.
Darío Sztajnszrajber dice que el cielo, si es, es un partido de fútbol donde ambos equipos vencen. Pero, como anuncia Deleuze, el juego ideal es un juego para la mente y el arte. En la realidad ese juego es irrealizable, y además indeseable.
Quizá este país se entienda a sí mismo el día que entienda eso; que el fútbol puede ser el juego ideal, sueño o pesadilla, cielo e infierno, pero la vida, la tierra, es tenis.
El tenis es un espejo
"Quizá este país se entienda a sí mismo el día que entienda eso; que el fútbol puede ser el juego ideal, sueño o pesadilla, cielo e infierno, pero la vida, la tierra, es tenis". 👍
“No se juega en realidad contra el rival. Se juega contra el marcador, contra el espejo.” Qué gran verdad!! será por eso que me gusta tanto el tenis y los jugadores que llegan lejos gracias a ese control.