“Si funciona, está desactualizado”
David Bowie
Hay un concierto de rock en la sala Galileo, aquí estoy, no hay nadie, qué pena, normal.
Algo como el fin de un Imperio, como una bohemia cuya decadencia ya no es glamurosa sino simplemente decadente, como no ser nadie y que ya nadie te mire siendo nadie.
El contraste con lo que viene, con el mundo que ya está ahí fuera y es otro, con la tecnología, la no-música, el beat, el subnopop, el otro mundo que está ya y esto es la resaca de algo que ya terminó, pero no ayer sino hace mucho tiempo y en esta sala de viejas glorias que nunca llegaron a tener gloria hay gente que no había nacido cuando ya estaba desmoronándose todo en 2001 con el primer disco de los Strokes las Torres Gemelas cayendo.
El rock ya no es una irreverente serpiente peligrosa que viene a remover conciencias, sino una reliquia momificada que aún da rédito en ciertos museos y ciertos guetos sociales de tarados decadentistas. Pero claro, el espacio es poco, y hay que matarse con el resto de las crías para poder rascar la mugre que queda pegada en la solapa de los dioses de otro tiempo, de otro siglo, robándoles riffs, ropa y gafas de sol.
Hay dos estrellas entre el público y son dos puntos ciegos. No son nadie. Uno con el pelo rizado y otro tirado por detrás, podrían haber sido alguien cincuenta años antes, hoy dan vergüenza, pero molan tanto.
En algún punto son grandiosos. Son gigantes de la historia del rock. Pero el rock y esa historia no la escribirá nadie.
Y sube al escenario el viejo de la generación pasada, queriendo ser joven, y todos le chupan la polla pero le desprecian. A ese anciano hay que matarlo para que otro más joven, pero también anciano, con la insuficiencia respiratoria del rock, siga respirando, siga agonizando, al menos un rato más. Relevo generacional, relevo de muerte.
En realidad no se quieren, en realidad se repudian y echan pestes, en realidad solo quieren sorber la sangre de cualquier moribundo, esnifar los rastros de carmín que quedan por el suelo. Salir a flote ahogando a quien haga falta. En realidad solo eso les importa, son vampiros del rock.
Y al camarero le da igual, no los conoce, no son nada, no son nadie. Trabajo de mierda.
La sala está medio vacía, da medio vergüenza, medio normal.
Pero tocan como Mark Knopfler, o mejor incluso, todo es imitable, la técnica se aprende, pero hay que aprenderla, eh, son dioses en un punto. Dioses a los que nadie reza. Ángeles caídos, grotescos, eróticos en su muerte y luminosos, pero nadie está mirando. Yo. Yo que querría ser ese sonido brillante, ser ellos agonizando.
Entonces aparecen flotando dos musas y se vanaglorian de tenerlas ahí, de invitarlas, de responder al signo de los tiempos, purpurina, pop sintético, moderneces, y ser inclusivos, claro, jugar al juego de siempre pero con las normas políticamente correctas del hoy. Al final se nota, todo se nota. Ellas saben jugar también, claro, y sirven su espíritu muerto y les insuflan vida de muerto, de fantasma arrastrándose. Sin ellas serían más nada de lo que son. Ellas también son nada, otra nada, pero nada.
Y juegan a su juego y se venden a la contra y hacen lo contrario a lo que dicen, pero son exhibidas ahí arriba, afectadas, reverenciadas educadamente y con respeto y mensaje inclusivo. Es decadente y juvenil y triste.
Con esa voz raspada por el dolor infligido por ellos, como si fuera una reivindicación contra ellos pero no ellos, otros, siempre otros, y no sabemos quiénes son esos otros pero nunca somos nosotros. Qué curioso.
Y hay una ninfa que se los folla a todos sin tocarlos pero está casada, y es la más condenada y maldita por los dioses, pero la más luminosa también. Una nada tan brillante que imanta. Imanta hacia su muerte inminente. Imanta su presente absoluto que ya desapareció, pero lo hace tan bien, y todos babean tanto.
Hay una corriente eléctrica de energía que nadie ve, solo mi amigo, y me lo explica, y yo la veo, la vivo, pero invade la sala y nadie sabe qué pasa. Son decadencia de lo que son.
El único que se salva es mi amigo, el único salvavidas, el único que cree en esto, y no en ser algo, aunque esto esté muerto.
Y yo en realidad querría haber sido ellos.
Ser alguien, aunque no fuera nadie, y sobre todo emocionar con una canción simple, aunque no emocionara a nadie o a diez personas, pero desgarrarme de sentimientos con un acorde menor y pensar que eso era amar y vivir y sufrir y la esencia de algo. Que eso fuera algo, porque esto no es nada.
Por eso les envidio y querría ser ellos y morirme cuando fuera siendo eso en lo que creo aunque eso es un cadáver que se arrastra por las salas casposas de Madrid. Haber escrito un buen verso para la historia del rock, aunque esa historia ya no fuera a escribirla nadie.
Y hay fans, qué vergüenza.
Yo soy uno de ellos. Soy fan. Qué vergüenza, pero sobre todo qué pena que murió el rock. Y morimos todos allí.
Yo doy más vergüenza, yo leo a Joyce en su centenario pensando que eso es algo, y aquí estoy. Héroes del rock, la muerte de un sentimiento. No queda gloria para las guitarras eléctricas, y la gloria fuera de lugar es patética.
El final de una noche grandiosa para nadie más que tres. Tres grandiosos muertos que se arrastran y no somos nadie.
Todo esto es ruido. Al menos aquí el silencio no estalla. Al menos no es la nada del presente.
Hacen ruido, ruido muerto, pero al menos hacen ruido.
Acaban con Bowie, claro, Dios, pero Bowie, muerto, Dios está muerto, el rock está muerto. Y aquí viejas glorias que nunca fueron glorias le hacen el boca a boca, creen estar renaciéndolo, es grotesco, es patético, celebrémoslo.
El rock siempre fue de eso, de hacer el ridículo, de no ser nadie, y subir ahí y hacer lo tuyo. Lo suyo, ya está hecho, el ruido eterno que ya no se oye en (casi) ninguna parte. Pero aquí, el la Galileo, aquí sí. Aquí no son nadie.
Jorge Burón
Los seres humanos: Qué iguales somos y qué diferente sentimos a veces!
Yo en la sala Galileo, yendo ahora más veces que cuando tenía 20 años me siento revivir oyendo ese rock y viendo a los jóvenes (cantantes y fans) vivir con intensidad su momento, igual doloroso para ellos pero (sin saberlo a lo mejor) hacen que otros nos nutramos de su intensidad. Un placer
Me encanta leerte, me encanta que me provoques, me encanta que me hagas pensar.... Y me he quedado pensando si yo me siento así en un concierto en la Galileo. Creo que no me fijo tanto (algo sí) en la decadencia. Pero claro, tengo ya casi 50 años, ¿será eso?