Comienza, por fin, la decadencia
O cómo, por fin, el mundo ha parado y podemos volver a pensar antes de que llegue la explosión
“Más Estados han perecido por la depravación de las costumbres que por la violación de las leyes”.
Montesquieu
Parece que, por fin, ha concluido el frenesí.
Se acabó, de una vez por todas, la gloriosa época de nuestro Imperio, y ya, definitivamente inmersos en el decadente ocaso de occidente, podemos parar, mirar atrás, contemplar los monumentos que comenzarán en apenas instantes a ser ruinas, y empezar a pensar lo que fue.
La distópica utopía del progreso nos obsesiona y nos hace querer pensar que es eterno y además eternizable. Así, seguimos pensándonos inmersos en un mundo vertiginoso, de imparable cambio constante, del que nada cabe esperar porque nada es fijo, pero lo cierto es que ya no es así.
El mundo, nuestro mundo, sea lo que sea eso, ha cesado al fin su vorágine. Paremos a respirar, al fin llegó la calma, es decir, la decadencia.
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En diciembre de 1999 la revista Time proclamó a Jeff Bezos, fundador de Amazon, hombre del año y “rey del cibercomercio”, había nacido un mundo nuevo y la fecha finisecular le daba un aire aún más grandilocuente. La película Matrix (también de 1999) servía de metáfora perfecta: el mundo de los humanos acabó, vivimos ya solo la simulación de un mundo ideal o idealizado, la realidad es un infierno de máquinas y oscuridad.
En los primeros años de los 2000, se creó Facebook, YouTube, Twitter, Spotify, WhatsApp, se lanzó el primer iPhone, el modelo Prius de Toyota introdujo una alternativa al motor de explosión que triunfó en el mundo entero, Google se convirtió en la empresa más valiosa del mundo y todos tenemos desde entonces alertas instantáneas que hacen vibrar nuestro bolsillo en el segundo siguiente a que una bomba explote en la esquina contraria del mundo, casi como si fuera una réplica de la onda expansiva, de la destrucción, pero aliviada, suavizada para nuestra sensible conciencia. Y hasta hoy.
Son transformaciones de la talla de la imprenta, el teléfono, la luz eléctrica, el automóvil, la prensa escrita del siglo XIX o, por qué no decirlo, la escritura.
Durante diez o quince años acudimos a una transformación tecnológica (y como consecuencia de cualquier transformación tecnológica, también ontológica, social, cultural, moral) con precedentes quizá tan solo a principios del XIX (la bombilla, el automóvil y el avión), en el Renacimiento (imprenta, telescopio, microscopio, brújula, astrolabio, reloj de bolsillo), el Imperio Romano (alcantarillas, viaductos, acueductos, calzadas) o la China de la antigüedad (papel, pólvora, imprenta antigua).
Hace ya más de diez años que no ocurre nada.
Siguen saliendo móviles nuevos pero les cuesta ofrecer algo más que colores imposibles y cámaras grandilocuentes. Aparecen nuevas redes sociales pero siguen pareciendo perfeccionamientos mínimos, reformulaciones 18.0 de la idea original de Facebook: en vez de quedar en casa de los amigos a ver las fotos y los videos del viaje, lo cuelgo aquí y así me ve todo el mundo. WhatsApp sigue ahí y si desaparece da igual, habrá otro, es una idea tan sencilla como la escritura misma, no puede desaparecer. YouTube es hoy más importante que cualquier enciclopedia, biblioteca, incluso que cualquier universidad, es el conocimiento infinito, y siguen siendo meros vídeos en la red.
No obstante, ¿qué tipo de conocimiento se produce cuando se genera más realidad de la que se puede absorber? Se suben a YouTube 500 horas de vídeo cada minuto. Es mayor el mapa que el territorio que describe. El mundo virtual ha devorado a la realidad que lo produce. Acecha el colapso.
Es sintomático, y casi chistoso, que el mayor azote a nuestras mentes desde las guerras mundiales (la pandemia de la covid-19) no produjera ningún tipo de renovación tecnológica sino muy al contrario rescatara, casi resucitarla, un viejo aparato que había quedado obsoleto y ya no sabíamos muy bien qué hacer con él: Skype (y sus imitadores).
El mundo ha parado. Pero, ¿quién renuncia a la gallina de los huevos de oro?
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El viento ya no sopla igual, la barca se balancea suave en una calma atronadora, pero imbuidos aún en el vértigo de la transformación constante nos descubrimos dando remazos histéricos para mantener la embarcación en movimiento, o parar creer que seguimos en movimiento, aunque apenas ya avance a ningún lado y sin rumbo.
Se debe advertir que las épocas de decadencia son violentas casi siempre por degeneración de las propias costumbres (por pretender perpetuarlas) más que por revolución de las mismas. Tras las épocas de esplendor aparecen la convulsión paranoide y los pensadores resignados.
Con la decadencia de la Grecia clásica llega Platón, pero también llegan los Treinta Tiranos. Tras las luces y el festivo libertinaje ilustrado, la explotación y represión moral victoriana. El avance no es siempre a mejor.
En contra de lo que pensaron algunos, el siglo XXI no es más veloz ni mejor. No triunfó el progreso infinito, ni la moral llegó a ningún consenso. No hemos descubierto el bien, ni curado la desgracia. El ángel de la historia sigue destruyendo todo a su paso y mirando hacia atrás horrorizado las ruinas de su devastación.
No somos dueños de los ciclos de la historia, ha llegado nuestra decadencia. Ahora podemos seguir forzando la máquina hasta que explote, o sentarnos a reflexionar antes de que llegue la explosión.
La explosión va a llegar igual.
Jorge Burón
Siempre he creído que el ser humano encontraría soluciones a las consecuencias de su intenso progreso, aún creo en ello pero quizá necesitamos sentirnos al límite para ponerlas en marcha o puede que aún no nos compense el sacrificio que suponen y primero necesitemos aguantar pequeñas explosiones
Estamos, estoy de acuerdo, en una época de reciclaje de conocimiento. Producimos poco conocimiento nuevo. Sí, es cierto: hemos vuelto a poner en marcha el Gran Colisionador de Hadrones (LHC por sus siglas en inglés) del CERN, hay avances en medicina... Pero, en general, reciclamos más que producimos. Un buen ejemplo de ello son los citados Youtubers, algunos maravillosos, que difunden ciencia, pero que no tengo tan claro que la produzcan.
Volveremos a la luna, pero seguimos haciéndolo en cohetes.