“Conserva celosamente tu derecho a reflexionar, porque incluso el hecho de pensar erróneamente es mejor que no pensar en absoluto”
HIPARQUIA
Un día, el niño que iba a la escuela, escuchó: “Si no aprendéis, si no os esforzáis, si no obedecéis, no serviréis para nada”. Ese día el niño giró su vista hacia el docente y no volvió a apartarla. Comenzó a vigilarle y no dejaría de hacerlo hasta el final. La sentencia le angustió, no sabía que debía servir para algo, y peor, no sabía para qué cosa debía servir. El niño buscó tareas, pero todas le parecían superficiales, al fin y al cabo, su producto era perecedero y además parecía irrelevante pues cualquier cosa otro lo hacía si no, o no era tan grave que quedara sin hacer. Debía encontrar su para qué pronto, pues no sabía cuánto tiempo le quedaba. Preguntó en casa y le mandaron a lavar platos, pero luego se ensuciaban de nuevo. Preguntó en la plaza y nadie quiso atenderlo. Preguntó al final en la iglesia y le mandaron a escuchar a Dios y Él le diría cuál sería su deber, y casi se vuelve loco, pues no oía nada. Así, al final, a pesar del miedo que le infundía el profesor con la barbilla clavada en el cuello murmurando frases hasta la eternidad solo intercaladas por grito y látigo cuando se alteraba el rebaño, preguntó al maestro: “Señor profesor, ¿usted para qué sirve?”. A la noche se despertó toda la aldea por la luz cegadora de un fuego voraz. La escuela estaba en llamas y era bello y explotaba cada puerta y cada ventana y la silla de la que nunca se levantaba el profesor. A la mañana siguiente recogieron los escombros. Todos los alumnos fueron mandados a la tarea y empezaron la reconstrucción. Al niño que miraba por la ventana no se le vio más por allí. El niño inicia el viaje en busca del sentido. El camino es largo, así que toma un bastón que le guía en el camino. El parto es doloroso y está asustada porque no conocía y porque es primeriza, así que una partera le asiste, le ayuda y le asiste en el alumbramiento. Lo que debe encontrar ya lo sabe, solo tiene que recordarlo, sabe a dónde va, pero no ve el nombre del destino. La luz le ayudará a desvelarlo de nuevo, el nombre de siempre. El destino es el origen, solo debemos recordar de dónde venimos, pero la memoria es débil y el brillo demasiado intenso. No permite ver. El sol es el origen, la primera luz que lo alumbra todo, pero, ¿advertiste que no podemos mirarlo de frente? Queda, entonces, elegir entre emprender el camino o quedarse parado. El que camina se cansa, y llega al punto del que salió si tiene suerte. ¿Para qué? Para nada. ¿Y si se pierde deslumbrado por la luz que le guía? Morirá desesperado por la sed. Pero el que se queda parado se pudre recostado, se degrada en su asiento.
Jorge Burón
Esto es algo así como esos periodos en que se vive la noche oscura del alma, y la soledad te abraza, ?