Anotaciones a Quintanilla
Sobre el impacto y deslumbramiento de Quintanilla en la temporal del Thyssen de Madrid
“¿De verdad que tiene usted raíces? ¿Y qué se siente? ¿No es desagradable?”.
Rafael Sánchez Ferlosio
Descubro a la pintora hiperrealista madrileña Isabel Quintanilla por la exposición temporal del Thyssen, en la que he entrado por la mañana, atiborrado de viejos con mal genio, todos a los que me he colado con mi carnet de amigos del Thyssen y todos los que me han puesto carucha de indignación acomplejada..
El impacto es violento. Estoy absolutamente deslumbrado con esta señora.
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Me gusta esta pintora. Me gusta su americanismo pop-art-ibérico y su protagonismo absoluto de la luz, como en Velázquez y Zurbarán, y su contra-figura, su anti-auto-retrato en cuadros vacíos, sin gente, de absoluta objetividad dónde lo subjetivo es el ojo y ahí se cuenta toda la historia necesaria, sin ordinarias intimidades ni egocentrismo de mal gusto.
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Hay citas del Jarama de Ferlosio por la exposición, novela que le influyó a Quintanilla y río que pintó en homenaje. No sabía que la traducción del título al inglés fue The River, tan simbólico, tan Hölderlin. Le gana a la novela ese título más abstracto y universal, menos costumbrista castellano.
España podría ser eso, Rilke, Warhol, Hölderlin, Blake, si la contáramos así. Me gustaría contar así España, al menos contar el siglo XIX y el XX de España así, con cierta mítica áurica europea y bombo marketinero norteamericano. O como mínimo el XX. Hacer ediciones atractivas de nuestros autores clásicos, convertirles en símbolos estéticos de una imaginación cultural colectiva. Como se convierten en mito con tanta facilidad los elegantes y seductores autores extranjeros. Hacer de nuestra aridez y encinares, algo pop. Como hace esta señora magistralmente con una pata de jamón o una botella de aceite de oliva. Una higuera.
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Creo que debo acercarme más aún al realismo y el objetivismo de los 50’s, 60’s de España. Creo que puede serme fundamental y quitarme tanta palabrería mística y metafísica vacía y onanistica.
Voy a seguir a Isabel Quintanilla y a leer el Jarama pronto, y aprender la materialidad y mirada objetiva de mi ciudad y país. Madrid y España. Sea eso lo que sea eso. Mirar y escribir. Con palabras que digan lo que hay, ahí. Punto.
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Isabel Quintanilla me acaba de salvar como fotógrafo y gracias a ella mañana empezaré mi primera serie fotográfica y seré fotógrafo.
Madrid. Blanco y negro. Mirada desde el suelo (esta mirada que viene guardada de mi memoria más infantil, cuando me sentaba en el suelo de la cocina de mi casa y me quedaba deslumbrado por la nueva sensación de un lugar tan cotidiano como la cocina de mi casa, que solo por el hecho de cambiar el ángulo de visión resultaba ser un espacio absolutamente nuevo; mirada que se ha despertado como recuerdo proustiano al reparar en la constante mirada aérea y lejana de Quintanilla de Castilla, de Roma y de Madrid, mirada mesetaria por excelencia). 35 mm. Konica C35. Probar todas las posibilidades sencillas de una cámara vulgar que no requiere demasiado aprendizaje técnico, pura prueba, puro ejercicio, puro pensamiento mecánico.
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Acabo de descubrir a esta señora y me ha impactado. Sus cuadros me han golpeado de verdad y me han quitado mucha tontería.
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Son los artistas los que te enseñan a mirar el arte. Solo ellos y nadie más. Si no has pintado un cuadro no tienes nada que decirme acerca de pintura. Si no has escrito un poema igual, no sabes leer, al menos no puedes entender qué hay ahí. Puedes disfrutar, y con eso vale, y es lo mejor, y qué necesidad de más. Pero calla, no tienes nada que decir sobre esto. Porque nunca te has frustrado, y desesperado, y vuelto loca de verdad hasta el dolor físico y la muerte, frente al lienzo o el papel.
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La subjetividad de Quintanilla es el instante de la luz (cuadro patio soleado desde interior de casa: “El verano”, 1992).
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Su profunda reflexión es materialista (cuadro pasillo interior oscuro con puerta abierta al fondo).
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Salgo de la exposición de Quintanilla y creo que veo por primera vez la luz de Madrid. Hoy es un típico día soleado del último invierno madrileño. Febrero, marzo. En el que se produce una luz única en el Mundo Entero. Yo sabía esto, pero creo que es la primera vez que lo veo con nitidez.
Ahora la luz de Madrid se me parece a ella y a sus cuadros, hasta veo más difuminados los bordes de la ciudad y las líneas de los edificios, como en los cuadros de Quintanilla.
La luz de Madrid se me hace la de Quintanilla, no al revés.
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Yo pensaba que no tenía ningún sentido intentar captar la alegría del sol en la cara y una suave brisa. Que eso era incontenible ni en palabras, ni en pintura, ni en música, ni en nada. Por eso soy un escritor dramático, por eso dedico el tiempo a pensar y expresar los momentos dificiles y no los alegres, cuya experiencia es única, y la obra artística sería solo un sucedáneo mucho peor que no merecería la pena. Prefiero bajar a tomar una cerveza y charlar con alguien, que leer sobre la alegría de la amistad. O salir al sol, que ver un cuadro sobre el sol.
Muy pocas veces, algún artista me hace dudar de esto, y su obra parece necesaria para poder sentir de verdad estas experiencias, y ver y saber mejor la alegría de lo que nos pasa. Muy pocas veces. Isabel Quintanilla es una de ellas, ver algunos cuadros suyos te da la idea de la luz del sol, y su alegría. Pero no solo la idea, el sentimiento.
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Viendo el vídeo-documental al final de la exposición.
Las palabras de Quintanilla sobre la problemática del color al final del horizonte o la dificultad de entender y captar la luz, que es la que crea y dibuja las líneas en las formas, en un instante unas y en otro otras, me son más certeras que las que haya escuchado a cualquier galerista o crítico de arte en mi vida.
El peor pintor del mundo tiene más para decirme sobre cuadros, que el mejor académico, si este último nunca ha dado una pincelada.
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La visión aérea de Quintanilla. Mi mirada desde el suelo. A ras. Ella me la ha recuperado, me la ha devuelto, me la ha dado y consolidado.
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Creo que la diferencia entre Quintanilla y Antonio López es que ella impacta, impacta a la realidad e impacta al espectador, mientras que Antonio se deja empapar por ella.
Siento que Quintanilla tiene la fuerza para plantarse, golpear e impactar en la luz, la realidad, el objeto, el paisaje, la barandilla o incluso en el agua que pinta.
Antonio es más débil, se afloja ante la luz y se deja mecer por ella, se deja empapar y empastar por ella y su pintura me parece más voluble, más pastosa, más que lo moldea la realidad a él, y es móvil.
Es otra virtud, seguro, pero a mí me gusta menos.
El impacto de Quintanilla ha sido insuperable y creo que se va a prolongar mucho tiempo.
Jorge Burón
"Prefiero bajar a tomar una cerveza y charlar con alguien, que leer sobre la alegría de la amistad".
Hoy, como siempre, me ha encantado leerte. Pero esta vez no he aprendido de lo que escribes ni sobre lo que escribes, he aprendido sobre ti (atención: sobre ti, no de ti). Por fin he aprendido por qué, siendo una persona tan amena, tan de cañas, tan divertida, escribes lo que escribes y sobre lo que escribes.