“El motivo de tu queja reside, me parece, en la limitación que tu intelecto le impone a tu imaginación”.
Friedrich Schiller
Alicia en el país de las maravillas es todo un alegato político, y así prueba el compromiso ético de la incoherencia, una manifestación radical en contra del pensamiento único, una proclama en defensa de los diferentes puntos de vista. En la obra se hace un ejercicio fascinante con el punto de vista, que fluctúa con ligereza y no queda anclado a ningún ángulo, ni del narrador, ni de la protagonista, ni del mundo fantástico que habitamos.
Sencillamente todo puede verse desde varios lados, y así se nos ofrece la historia como una acumulación de situaciones y sucesos que se ven simultáneamente de formas diversas. La narración parece adelantar el cubismo en un sentido.
Ya en el primer capítulo, Alicia se encuentra en un vestíbulo con varias puertas, y para su sorpresa y gozo encuentra sobre la mesa una llave. Sin embargo, la llave no encaja en las puertas, queda holgada en todas las cerraduras. Cualquier narrador tradicional, cualquier sujeto en ese contexto, nos posicionaríamos rápidamente: la llave es muy pequeña, “está mal”. Asumiendo que nuestro mundo, nosotros y las puertas de tamaño normal, “estamos bien”, y es la llave, de dimensiones minúsculas, la que no corresponde al contexto.
Una posición más radical, más fantástica, sería proponer que las puertas están mal, que uno mismo está mal y que somos gigantes en el mundo “correcto” de la llave y por lo tanto no nos adaptamos a lo que debería ser: la llave vale, somos nosotros los errados. El mundo fantástico como medida para crear una atmósfera de desconcierto y maravilla.
Sin embargo, Lewis Carroll adopta una tercera postura, más fabulosa y compleja.
Alicia prueba la llave en las puertas, en todas las cerraduras queda holgada, y entonces dice: “o las cerraduras eran demasiado grandes o la llave demasiado pequeña”. Acepta el hecho tal cual es “porque lo cierto es que no pudo abrir ninguna”.
Es capaz de leer la realidad de forma múltiple y simultánea, de mantener un equilibrio sin un punto de apoyo, sin estándar, capaz de asumir una realidad multiforme y diversa donde varias cosas pueden ser ciertas, pero no es necesario saber cuál. O quizá no sea cierta ninguna. Quizá no haya verdades detrás de los hechos, quizá no haya ideologías, sino sencillamente hechos resolubles o no, “la llave no abría ninguna puerta”, ¿por qué tiene qué estar mal o la llave o las puertas?
En otra escena de la obra, ya en el capítulo cinco, Alicia se encuentra con una oruga. Es una oruga parlante fumando una shisha sobre una seta. Aunque algún lector puede pensar en que se avecina una acción onírica o surrealista, todo abstracción y simbolismo, en el país de las maravillas esta es una escena casi costumbrista, perfectamente válida y cotidiana, por lo que las premisas son razonables y no implican ningún desconcierto a priori.
Cuando empiezan a hablar, la oruga se pregunta por la identidad de Alicia. “¿Y tú quién eres?”, a lo que Alicia responde, o más bien confiesa, que realmente no lo sabe, que sabe quién era hace unos momentos (Alicia), pero que ahora debe ser otra persona porque se siente distinta; se ha transformado demasiadas veces, añade. Se refiere a escenas anteriores en las que ha cambiado de tamaño, creciendo y decreciendo de forma descontrolada, pero también tiene relación con que la niña se ha dado cuenta de que ya no sabe cosas que antes “sabía”, como, por ejemplo, la letra de una canción infantil que no ha podido recordar.
Además de las fascinantes connotaciones de identidad que tiene esta escena: la duda del yo, la mutabilidad del yo, de la identidad, la construcción de la identidad como reto de la infancia, la cuestión de qué factores hacen a una ser una misma, o incluso, la posibilidad de dejar de ser una misma; la escena es un nuevo ejemplo de tolerancia y aceptación conciliadora de perspectivas en principio en conflicto por lo que ocurre justo a continuación.
La oruga no entiende nada, no entiende por qué Alicia no sabe quién es ahora aunque sí sabe quién era esa misma mañana, y aunque a Alicia le parece algo que se ve a simple vista la oruga no comprende. Entonces Alicia se disculpa y dice: “cambiar tantas veces de tamaño en un solo día es desconcertante” a lo que la oruga responde: “No, no lo es”. Alicia le argumenta que ella, la oruga, cambiará de oruga a crisálida y después a mariposa, y que entonces verá lo desconcertante que es, a lo que la oruga mantiene que no se lo parece, y entonces Alicia nos da una nueva lección de reconciliación de opuestos, de capacidad para asumir que su visión no es más cierta que la contraria, pero que sigue siendo válida aún aceptando la validez de la otra. Válidas ambas simultáneamente, Alicia acepta la incoherencia.
La niña rectifica, deja de intentar convencer a la oruga de lo extraño que es “transformarse” o “cambiar”, y dice: “Bueno, quizá sus sentimientos sean diferentes, yo sólo sé que para mí sería muy raro”.
La exquisita educación británica de una niña se convierte en una lección de tolerancia y pensamiento relativo, que no por ser relativo carece de ética o perspectiva.
Así Alicia resuelve de forma sutil pero evidente un problema a priori irreconciliable pero en el fondo absurdo. ¿Es cierto o falso que “cambiar” es desconcertante? Alicia dice, para mí sí, pero igual para ti no. Resuelto. Es una apología, no solo de la tolerancia, sino de la asimilación total de la perspectiva del otro, compatible con la propia, sin renunciar a la propia. La posibilidad de la coexistencia, de la verdad múltiple o variada.
Finalmente, hay una tercera escena ejemplificante de esta posición en favor de lo relativo, de lo divergente, que llega en el capítulo nueve cuando Alicia se reencuentra con la Duquesa. Es una conversación hilarante que parte de una sentencia ultramoderna de Alicia. La Duquesa le dice que se ha quedado absorta en sus pensamientos y que eso tiene una moraleja aunque ahora no la recuerda, a lo que Alicia responde: “Puede que no tenga ninguna moraleja”.
Una sentencia existencialista, una visión del acto como acto en sí mismo, sin una ética que lo juzgue, o lo valore, o sentencie un “deber ser” ni a favor ni en contra, un mundo sin juicios, un mundo de tolerancia y validez absoluta.
A partir de esa sentencia de Alicia, la Duquesa se exalta y corrige diciendo que “todo” tiene moraleja. Entonces se inicia la hilarante conversación en la que a cada comentario banal de Alicia, la Duquesa le saca una moraleja, pero una moraleja totalmente descabellada, inconexa e ilógica respecto a la anécdota.
Se encadenan así frases sin sentido pero con vocación de dictamen por parte de la Duquesa, hasta que llega el siguiente intercambio.
La Duquesa dice: “los flamencos y la mostaza, los dos pican. Y la moraleja es: pájaros de igual plumaje juntos vuelan”. A lo que Alicia responde: “Pero si la mostaza no es un pájaro”, y la Duquesa: “Correcto, como siempre. ¡Qué manera tan clara tienes de plantear las cosas!”.
Una cosa y la contraria son correctas, como siempre, ambas pueden ser verdad a la vez. La moraleja es una sentencia acerca del sentido, además, normalmente moralizante o pedagógica, pero en este mundo de las maravillas, la sentencia opuesta a la tesis de la moraleja también es correcta. Todo es correcto aunque se contradiga al mismo tiempo.
La obra asume un axioma de la lógica que nosotros no contemplamos, no podemos abarcar: lo opuesto de algo no es necesariamente incompatible o antinómico.
Alicia en el país de las maravillas es un manifiesto de la relatividad, una aceptación total de lo contradictorio, de la compatibilidad de lo contradictorio, un abrazo a lo contradictorio, una proclama anti-ideológica, tremendamente moral en su antimoralismo, una apuesta por la diversidad de pensamientos, posibilidades y realidades. Un texto de libertad.
Alicia en el país de las maravillas es, quizá, una de las más grandes, complejas y sublimes obras literarias de la historia.
Jorge Burón