“Pero sagrado no ha significado nunca otra cosa que extraño e incomprensible”.
Solenoide, Mircea Cartarescu.
Entrada en mi diario del 18 de septiembre de 2023:
Lo sagrado es lo extraño, lo incomprensible.
Lo sagrado es el objeto del temor.
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Ningún niño es Hitler, no todavía, no necesariamente aún.
“Cada instante de su vida es una encrucijada. Ningún niño está destinado a ordenar la muerte de otros niños”.
Solenoide, Cartarescu.
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Un criado está trabajando en los jardines de su emperador. Tras una fuente descubre a la Muerte. Ve el rostro de la Muerte, y entonces lo comprende todo.
Sale corriendo despavorido, el campesino, hasta el palacio de su emperador. Y al llegar hasta él fatigado y sin aliento le suplica ayuda y un caballo para huir inmediatamente a Samarra, pues la Muerte le ha hecho un gesto de amenaza. El emperador, generoso y bueno, le ofrece su caballo: Huye a Samarra inmediatamente y llegarás antes del anochecer.
Esa misma tarde, paseaba el emperador por sus jardines cuando se topó con la Muerte. A esta el emperador pregunta curioso: ¿Por qué has hecho esta mañana a mi mejor criado un gesto de amenaza? Y la Muerte le responde: No era un gesto de amenaza, sino de sorpresa al verlo tan lejos de Samarra, donde esta misma noche debía encontrarme con él.
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El criado llega cansado, conoce el pueblo y su nombre, lo comprende todo, lo conoce todo, también su final. Por fin ha llegado. Sin embargo, no recuerda cómo, ni de dónde.
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Margaret Atwood dice que es una triste seña de nuestro tiempo que nos cueste menos creer en las distopías que en las utopías. “Las utopías sólo podemos imaginarlas mientras que las distopías ya las conocemos”, dice Atwood.
No repara, Margaret Atwood, en que la distopía es una utopía realizada.
Ella mejor que nadie debería saberlo, pues su Cuento de la criada es la utopía de alguien, de muchos, de hecho.
Que no seamos capaces de ver esto es el fundamento de nuestra incapacidad moral y política. Todos creemos propagar e imponer el bien. Nuestro bien.
Todos queremos imponer una utopía, es decir, fundar la distopía.
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Imagina una conciencia incorpórea. Que consiguiéramos conectarnos definitivamente al ordenador. Fluir en impulsos eléctricos por el algoritmo. La liberación pura de la conciencia. La cura del dolor del cuerpo. La mente abierta, el reconocimiento final. Que allí esté Vir. El Paraíso Eterno, juntos.
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No puedo imaginar una postura más desalmada ante la mendiga que entra en el metro a pedir una ayuda que la del lector impasible.
Esa suele ser mi postura, repugnante y desalmada. El que sigue absorto en su móvil al menos está absorto en el correr de los tiempos, en la vida cotidiana que nos asfixia y anula a todos, incluso a la pobre mendiga, que seguramente también tenga móvil.
La lectura del libro es peor, es más desalmada, por altanera, por aristócrata y displicente. La asquerosa cultura asesina.
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El olor a boquerones fritos y el sol casi otoñal en la cara subiendo de la glorieta de Pirámides ayuda a recuperar una cierta conciencia del mundo material y cotidiano, algunos recuerdos familiares, una toma de contacto con la realidad.
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"¿Quién demonios respetó alguna vez a Shelley, Whitman, Poe, O'Henry, Verlaine, Swinburne, Villon, Shakespeare, etc. cuando estaban vivos? A Shelley y a Swinburne los echaron del colegio; Verlaine y O'Henry estuvieron presos. El resto fueron borrachos o libertinos, algo que la gente decente no toleraría, según les decían regularmente los comerciantes, los políticos insignificantes y los mesías baratos de la época. Los mercaderes, y mesías, los astutos y los obtusos, son polvo... y los otros siguen viviendo.
Ocasionalmente, un hombre como Shaw -a quien llamaron un inmoral cincuenta veces peor que yo en los 90- vive lo suficiente como para que el mundo crezca y se ponga a su altura. Lo que él creía en 1890 era una herejía en ese entonces; ahora es casi respetable. Creo que me dejé dominar demasiado tiempo por «autoridades» -el director Newman, el de St. Paul, el de Princeton, mi jefe de regimiento, mi jefe en el trabajo- que no sabían más que yo. De hecho, diría que esos cinco eran claramente mis inferiores mentales. ¡Y eso es todo lo que cuenta!
Los Rousseau, Marx y Tolstoi -hombres de pensamiento, te hago notar, hombres «imprácticos», «idealistas»- hicieron más para decidir la comida que tú comes y las cosas que tú piensas y haces, que todos los millones de Roosevelt y Rockefler que se pavonean 20 años balbuceando frases 100% americano (lo cual significa 99% pueblerino idiota) y mueren con una lisonita complaciente al Dios ridículo y cruel que instalaron en su corazón".
Carta a Robert D.Clark, 9 de febrero, 1921. El Crack-Up, Francis Scott Fitzgerald.
Jorge Burón
Parafraseando: la utopía de uno es la distopía de otro. Mi utopía es tu distopía.
¡Uf! Puede parecer evidente, pero hasta hoy no se me había ocurrido. Y no se me ha ocurrido, lo he leído y lo he aprendido. Gracias.